Hace unos días publiqué en una red social "amiga: cancela tu participación en la enemistad histórica entre mujeres", palabras más/menos. Hoy, mientras pintaba las paredes de la casa de mi tía, escuchaba un episodio grabado, una entrevista que una admirable mujer le hacía a otra, igual de admirable. En el tiempo que transcurría, escuchaba atenta las referencias, algunos debates y posturas que AC había compartido conmigo en nuestras reuniones cuasi semanales durante poco más de un año. AA escuchaba, preguntaba, intervenía y elogiaba a AC, a su talento, a sus conocimientos, vaya, se posicionaba como devota ante la grandilocuencia de la segunda.
Y con el paso de los minutos y de la escucha, los celos, la envidia, los malsanos deseos de ser yo quien fuera elogiada, quien compartiera las reflexiones sapientes frente a AA, quien sostuviera conocimientos tan valiosos que hiciera deseable hacerme interlocutora se apoderaron de mí. Sí, sentí que me disminuía, que mi inteligencia era dispensable, vacua.
Me escuché, vibré en sintonía con esas reflexiones intempestivas para después tomarlas con tenazas, revisarlas como quien analiza una radiografía, a contraluz, como quien disecciona algún ser, tomando necesaria distancia para una percepción más adecuada del panorama.
Ahí, frente a mis ojos estaba esa enemistad histórica siendo la protagonista de mi enervación, cálida aún por su transitar en mi sangre, misma que comenzaba a rechazarla, como virus, a desconocer el furibundo impulso de rencor y nulidad. Reconocí en las voces grabadas que aún se reproducían, a dos admirables mujeres, dos activistas impetuosas, poderosas y a quienes, además, tengo la fortuna de llamar hermanas.
Relevante disección de reconocer que juntas, vaya que sí podemos, que el triunfo de una no es la derrota de la otra, que juntas construimos puentes, estrechamos lazos, compartimos visión y transitamos hacia las topías, haciendo más vivible este andar hacia la emancipación de las mujeres.
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