Un suave y cálido aterrizaje nos acercó a los frutos que desde el aire deseé conocer y probar. Un fruto de tamaño generoso, con apariencia entre kiwi, mamey, papa e incluso sí, un cierto parentesco con el cacao, como un primo lejano.
Luciana partió el fruto con un golpe de experta en asuntos poco cotidianos, y por un momento pensé que era algún tipo de algodón, pues su apariencia era extra esponjosa, como si de helado de vainilla se tratara, y tersa, como si una aterciopelada ralladura de coco estuviera esperando una boca fácil para caer en tentación, como la manzana del pecado primigenio.
Grabé en mi mente la primera impresión, y tan pronto regresé a mi hospedaje, lo dibujé en mi bitácora.
Luego de arrancar un gajo, mordimos a la voz mental de tres (uno, dos y...), y me disocié de la realidad inintencionalmente: mi profesión se adueñó de mis sensaciones y de mi boca y de mi cerebro e irremediablemente de mi sentido del olfato y del gusto.
Cada una de las notas saboras en bruto se adueñó de mis papilas gustativas, recorrió vello por vello dentro de mi nariz, y ambos viajes se conectaron en el momento exacto en mi garganta, permitiéndome apropiarme de los novedosos sabores de esta preciosa fruta.
Deseé que la experiencia no terminara, que permaneciera horas, días. Por primera vez en mucho tiempo sentí la imperiosa necesidad de nunca dejar de conocer y descubrir.
Me pude imaginar el sabor y el olor, incluso la sensación. Me imaginé que tus papilas gustativas surfearon entre sabores y sensaciones, así como has estado haciendo tu entre nubes.
ResponderEliminarQué gran deseo de probarlo!!!
ResponderEliminarTu viaje mi invita a saborear cada instante en la cotidianidad y a descubrir lo que no conozco.
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