Tiempos vacilantes, donde se antoja dar dos pasos atrás en lugar de andar obligadamente siempre uno hacia adelante, siempre.
Los tiempos postpandémicos han sido complejos. No lo digo sólo yo, lo dice la inflación, la crisis, las amigas, los espacios de encuentro, las depresiones y crisis heredadas y multiplicadas gracias a la pandemia. Estamos rehaciendo nuestro mundo... como podemos o como las piezas más o menos van ensamblando, al igual que las de un rompecabezas de cartón después de haberse mojado y secado.
Y, de entre todo lo que pasa, pasa el tiempo y ya estamos en octubre y honestamente el cierre de ciclos nunca había sido más sentido y acorde a la época que en este momento. Leía a Marcela Lagarde y cómo resalta la importancia de la autonomía de las mujeres, en cada una de nosotras y como sexo. Y pues la base está en lo tangible, esto incluye a lo económico (independencia y autonomía no son sinónimos por cierto, pero ese es otro debate). Entonces me encuentro en el texto que leo y al mismo tiempo me encuentro en mi realidad material, que no es otra que haber perdido la independencia espacial y haberme convertido pesarosamente en una mujer que regresa a la casa familiar y que ha transitado en este último periodo por reflexiones nihilistas que se redirigen al existencialismo y que a su vez rebotan en despertar y descubrir que la filosofía a veces no nos salva.
Y entonces -decía-, llega el otoño y con él Mabon, fiestas de muertos, tiempo de cosecha y momento de melancolía y reflexión. Me siento en la banca del parque con las muchachas a medio paseo para ver la tarde y las hojas caer, mientras siento el vacío dentro de mí, simple y llanamente siento el espacio vacío en mi interior y trato de cubrirlo de hojas que piso, de sonrisas de las muchachas, mientras cada tantos pasos me invade la impotencia, el coraje de que parece que nadie en derredor piensa en el resto ¿acaso siento que el mundo avanza y yo estoy aquí estacionada? ¿es envidia? ¿es pensamiento lógico? Retomo el paso y trazo nuevos senderos para caminar durante esta tarde.
Camino de regreso de los parques, de los recovecos verdes de los edificios y pienso en mi psicóloga, en todo lo que está registrado en mi libreta como prioridades y necesarias atenciones que debo poner en mi ser. Pienso en sus palabras y en cómo frena mi mente que corre al decirme "son procesos, llevan su tiempo".
Tomo las hojas de otoño que caen sobre los suéteres de las muchachas, y respiro al incorporarme. Respiro, me vacío de la impotencia, del coraje y vuelvo a quedar vacía de casi todo, pero con el shot de dopamina generado que me pone en un punto menos miserable y que me mantiene abierta a esperar que el cierre que significa el otoño sea un símbolo unívoco de la llegada de nuevos ciclos, de floreceres y de paseos donde el viento roce mi rostro y los árboles me recuerden mi paso bajo ellos en estos días grises, que para entonces -espero-, sean efectivamente pasado.
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