Un suave y cálido aterrizaje nos acercó a los frutos que desde el aire deseé conocer y probar. Un fruto de tamaño generoso, con apariencia entre kiwi, mamey, papa e incluso sí, un cierto parentesco con el cacao, como un primo lejano. Luciana partió el fruto con un golpe de experta en asuntos poco cotidianos, y por un momento pensé que era algún tipo de algodón, pues su apariencia era extra esponjosa, como si de helado de vainilla se tratara, y tersa, como si una aterciopelada ralladura de coco estuviera esperando una boca fácil para caer en tentación, como la manzana del pecado primigenio. Grabé en mi mente la primera impresión, y tan pronto regresé a mi hospedaje, lo dibujé en mi bitácora. Luego de arrancar un gajo, mordimos a la voz mental de tres (uno, dos y...), y me disocié de la realidad inintencionalmente: mi profesión se adueñó de mis sensaciones y de mi boca y de mi cerebro e irremediablemente de mi sentido...